Escribí este trozo de texto hoy en la tarde, aún no tiene nombre y le falta trabajo, pero quizás se entretienen leyéndolo:
De alguna forma, enterarme de que mi abuela ya no existía, era en parte enterarme de que la muerte sí lo hacía. Por un momento la sentí cerca, como gritando a lo lejos mi nombre, haciéndome entender que ahí estaba, al final de mi vida. Aún recuerdo cuando el futuro terminaba en el sabor del queque de arándano del día siguiente, ahora el futuro comienza a la salida del cuarto medio y más allá está esa voz que a penas reconozco, pronunciando mi nombre.
Sabía que la sonrisa de abuelita no estaría en ninguna parte. Haciendo muecas en el espejo intenté encontrarla, pero sabía que entre el recuerdo de mi abuela y yo no había nada parecido. A lo más algunos genes, el colesterol y la miopía.
No sé muy bien cómo escribir un haiku, pero hice uno que luego me recordó a ella:
Bajo la tierra
las pequeñas semillas
y los gusanos.
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